En esta entrada me gustaría compartir contigo unas reflexiones
después de embarcarme en un Master de traducción. Parece mentira, pero recalibrar
un perfil lingüístico, aunque relacionado, hacia otro eminentemente práctico y
profesional ha supuesto, sin duda alguna, un cambio de chip en todos los
sentidos. Algo que también comentaba en la entrada anterior. Bajo mi humilde perspectiva como traductor
profesional, me gustaría plasmar alguna de mis impresiones hasta la fecha.
Formación y profesión de traductor.
En primer lugar, resulta llamativo que la balanza entre
formación y aspectos profesionales se encuentre mucho más posicionada hacia el
primero. Curioso, repito, porque al fin y al cabo están
formando profesionales que, en mayor o menor medida, entrarán a formar parte de
una empresa de traducción o —lo más temido por parte del estudiante— lanzarse a crear la
propia. Esto es todo un reto si, dicho sea de paso, la labor del docente se
reduce a unas 18 horas de clase, aproximadamente. Lo cierto es que he aprendido
y puesto en práctica muchísimas cosas a un ritmo vertiginoso. Evidentemente, la
ventaja de contar con un tiempo tan limitado es que, en la mayoría de los
casos, siempre se va al grano.
Una de las formas más positivas
que he visto a la hora de acercar al estudiante a distintos aspectos del mundo
profesional es mediante un
nuevo concepto de ejercicio. La importancia de realizar estos
ejercicios de forma adecuada recae sobre dos aspectos: por una parte, uso
y conocimientos de herramientas adecuadas. Este apartado
corresponde a la parte formativa del traductor, en la que se recalca la
importancia de documentarse mediante herramientas y recursos
fiables; a la vez que se destaca la
importancia de utilizar las herramientas de ofimática y traducción asistida
adecuadas para aumentar nuestra productividad.
Por otra parte, transformar el concepto convencional de “ejercicio” como algo artificial y repetitivo hacia algo más real. En otras palabras, elaborar ejercicios que simulen encargos de traducción real, teniendo en cuenta aspectos como número de palabras al día, elaboración de presupuestos, contacto con el cliente, etc.
En líneas generales, para estar
en contacto con un ritmo de trabajo similar al de entornos profesionales, resulta
útil emular todas las fases del proceso, en lugar de centrar
nuestra atención sólo en el resultado final del producto traducido. Sobre todo,
ejercicios de este tipo obligan al estudiante a llevar a cabo toda y cada una
de las competencias del traductor. A largo plazo, el conocimiento
del proceso, método y herramientas normalmente utilizadas supondrá una ventaja
de cara al mercado laboral.
Actitud sobre el mundo de la traducción.
Una actitud totalmente
derrotista hacia la profesión. Esto, en mi opinión, es algo
altamente peligroso a la par que contagioso. En el mero transcurso de dos
meses, ya son los propios alumnos los que se lamentan y hacen eco de
pensamientos enunciados hasta la saciedad. En lugar de tomar iniciativa, nos conformamos con la realidad tal y como es: ya
veremos si acabo en esto, ya veremos si hago lo otro, ya empezaré otra cosa.
Entre otras cosas, esto es evidencia de que no marcamos pautas claras —ni al
empezar ni al finalizar— por lo cual nunca alcanzamos objetivos concretos.
Es necesario estar en un contacto
constante con la realidad. El camino es largo y duro, pero no imposible.
Parte del camino consiste en errar y
reinventarse. Lo cierto es que es probable que un camino de baches y
dificultades nos conduzca hacia algo que finalmente funcione. Al menos, será
más probable que si te quedas de brazos cruzados.
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